martes, 26 de enero de 2010

Testimonio


La transcripción de una entrevista que realizamos con Pablo "Pampa" Rodriguez sobre la situación vivida recientemente por dos argentinos.

Alejandra y Javier (nombres falsos) son dos jóvenes compatriotas que en Septiembre de 2007 decidieron venir a España a buscar un futuro mejor. Pararon en casa de unos primos y al mes por intermedio de la iglesia consiguieron trabajo como internos en una casa. Allí siguieron hasta marzo de 2008, luego vinieron las complicaciones para conseguir otro empleo y todos los inconvenientes que ello depara. Lo peor estaría por llegar recién en 2009, donde han sido víctimas de las redadas policiales indiscriminadas que está llevando a cabo la policía española por orden del Ministerio del Interior.

La primera detención.
“El 12 junio de 2009 veníamos mi novio, mi hermana y yo del trabajo alrededor de las 21 y al salir del metro Delicias dos guardias civiles nos pidieron la documentación, y justo no teníamos encima la denuncia (por robo de pasaporte), pero no nos creyeron”, cuenta Alejandra y agrega que “a otras personas también les pidieron documentación, pero solo a nosotros no nos dejaron ir a buscar la denuncia de extravío mientras que a otros sí. Y eso que estábamos apenas a una cuadra del piso donde vivimos”, aclara.

Mientras, cuenta que les dieron sus números de pasaporte y chequearon que estaba vencido el plazo de estadía en el país. Entonces, después de tenerles dos horas contra una pared mientras continuaban con la redada, les llevaron a la comisaría en un móvil alrededor de las 23,30.

Pregunta: ¿No se les ocurrió pedirle a alguien de su casa que les trajera la documentación?
Respuesta: No, nuestras compañeras de piso estaban trabajando a esa hora y además tampoco tienen papeles, y no las queríamos involucrar.

“El traslado a la Comisaría de Aluche fue en un móvil policial con dos oficiales, nosotros y mi hermana. En ese momento fuimos los únicos trasladados pero al llegar a la comisaría había otra gente de diferentes zonas”, recuerda la joven mendocina.

Ya una vez en comisaría, cuenta que les dejaron hacer una llamada para avisar que estaban detenidas. “Si se te corta la llamada o no te atienden no te dan otra oportunidad, y ni siquiera pudimos pedir que nos traigan los papeles de la denuncia, porque el cuarto estaba con llave y la llave nos la había quitado la policía junto a nuestros cinturones, cordones de las zapatillas y los móviles”.

“Esa noche la pasamos en una celda de la Comisaría de Aluche. Estuvimos sentados alrededor de dos horas mientras hacían la papelería, nos sacaron fotos y tomaron las huellas digitales, y luego nos preguntaron si queríamos un abogado de oficio o avisar a la Embajada”, rememora con detalle y agrega “te apuran, te dicen quieren salir ahora o dentro de unos meses, ¿ahora?, entonces no llamamos a la embajada. ¿Eres enfermo de algo o no? Es como que ellos disponen por ti. No te dejan pensar la respuesta, nos dijeron que si llamábamos a la embajada nos deportarían ahí nomás, entonces decidimos que no.”

Sobre las condiciones de la detención, Alejandra recuerda que en la “era una celda de 7 x7 metros más o menos, y para entre 15 y 17 personas, las mujeres separadas de los hombres, te dan una colchoneta finita para tirarte a dormir, pero no puedes porque siguen trayendo gente y les tratan a los gritos. Además te hacen sacar el pantalón para ver si no tienes nada escondido”.

A la mañana siguiente los sacaron de la celda a esperar la llegada del abogado de oficio. Alejandra recuperó su libertad a la 1 de la tarde, su hermana dos horas más tarde y sobe las 16 su novio.

En toda la noche, les dieron como único alimento “un paquetito con un zumo pequeño, unas galletitas y una barrita de cereal que parecía pasada”, aunque por los nervios y la incertidumbre por lo que está pasando, lo ultimo que pensaban era en comer bien. “Algunas chicas te comentan lo que puede pasar porque ya han estado en esa situación antes”, relata.

Sobre la experiencia con los abogados, Alejandra cuenta que la que le tocó a ella “era bien prepotente, nos decía que fimemos que estaba apurada y se tenía que ir. No nos explicaba nada ni qué era lo que firmábamos. No nos dio tiempo a leerlo y solo nos dijo que la llamáramos en 15 días”, acusa, aunque dice que sabe “de otro abogados que explicaban mejor. A mi hermana el explicaron que había dos días para recurrir, por eso me enteré de eso”.

A los 15 días la llamó, le dijo que no había llegado nada de la comisaría y que llamara en un mes, lo hizo, pero no le atendía el teléfono. Su novio, en situación similar, reprochó a su abogado por qué no le había dicho que podía presentar una justificación de la denuncia del robo del pasaporte, ni tampoco sobre los tiempos para apelar la incoación del expediente sancionador de expulsión. Ante su insistencia, el abogado aceptó recibir fotocopia de la denuncia, previo a decirle que “pensaba que no tenía papeles ni nada”

Alejandra siguió insistiendo en comunicarse con su abogada y le dijo que la llame en septiembre porque en agosto se iba de vacaciones. Así lo hizo y a mediados de mes recién pudo dar con ella, le llevó copia del pasaporte y de otros papeles que demostraran un cierto arraigo, y encontró como única explicación que en un mes volviera a llamarle para ver qué había pasado. No tuvo tiempo, el 2 de noviembre la detuvieron nuevamente y allí se enteró que ya había una orden judicial de expulsión contra ella, pero se la habían enviado a una dirección en la que ella jamás había vivido.

La segunda detención
“El 2 de noviembre salgo del trabajo, vamos a la casa de su hermana que se volvía, para entregarle algunas cosas para mi madre y entrando a la boca del metro de Plaza Elíptica a las 22,30, encontramos a dos oficiales de uniforme pidiendo documentación”, cuenta ahora Javier sobre la segunda detención, a lo que Alejandra agrega que ella llevaba el pasaporte encima, pero su chico no, aunque esta vez la policía sí les acompañó hasta el piso donde viven para mostrar el suyo.

Llegaron al piso y golpearon pero no atendían porque sus compañeros de piso estaban durmiendo. “No querían esperar, querían llevarnos sí o sí”, recuerdan, pero finalmente Javier logró que le abrieran. Mientras él subía, Alejandra escuchó que decir a uno de los policías “con estos dos nos salvamos”, para confirmar que las ordenes de detención de una cierta cantidad de inmigrantes por día, sigue vigente, pese a los desmentidos del Ministerio del Interior.

Bajó Javier con su pasaporte, se lo miraron y le dijeron que estaba bien, pero que a ella debían llevársela, que habían consultado y tenían orden de detenerla.

“En el coche venían buscando gente. Iba por la calle Delicias y a cada uno que venía caminando le pedían documentación. No fuimos directamente a la Comisaría, porque no encontraban a nadie sin documentación y eso los enojaba más. Así que fuimos hasta el metro Legazpi y empezaron a pedir documentación mientras yo seguía adentro del auto, fueron como dos horas de espera”, recuerda Alejandra.

“Se llevaron conmigo a otra mujer para la comisaría de Aluche, nos leyeron los derechos y vimos como se burlan de la gente que no sabe hablar bien el castellano, se burlaban mucho de los chinos, vi cosas que no había visto la primera vez. Les conté mi situación y me dijeron que la carta de expulsión me la habían mandado el 20 de septiembre”, recuerda, y agrega que “a unas chicas morenas que trabajaban en la calle un oficial le dijo a otro acá tenemos y dijo una palabra como insultándolas. Ellas los escucharon y le dijeron en su idioma algo y la oficial les dijo “que te pueden decir si son unas putas”. Otra chica les dijo yo tengo mis derechos y le contestaron que no que no tenía ninguno”, asevera Alejandra.

En ningún momento hubo un médico que las viera para constatar su estado de salud, a eso de las 15 horas del otro día (3 de noviembre), le dieron copia de la orden de expulsión y le informaron que esa misma tarde sería puesta en libertad o quedaría a disposición del Juzgado. En toda la jornada no le dieron ni tan siquiera agua, aunque tomaba del grifo cuando iba al baño, y cumplidas ya 24 horas de su detención, ningún abogado había hablado con ella.

Pregunta: ¿Pudiste hacer una llamada esa noche?
Respuesta: No, no me la permitieron. Así que a las chicas que iban saliendo les dábamos un número de teléfono para que avisaran, lo grabábamos en unas bandejas descartables blancas, donde escribíamos los números con las cucharitas plásticas que rompíamos.

“Le pedí a tres chicas que le dijera a mi novio que si no salía esta noche era porque me llevaban a los Juzgados de Plaza Castilla”, dice. Así fue, y en el transcurrir de las horas, especialmente entre las 18 y las 22 recuerda que empezó a llegar gente detenida. “Algunas lloraban, muy angustiadas, porque tenían hijos”. Afuera, una amiga de Alejandra que se empeñaba en saber sobre su situación, era una y otra vez maltratada por la policía sin recibir ninguna información.

Recién a las 0:30 del miércoles 4 (noche del martes)le confirmaron que la trasladaban a otra comisaría. “Allí lloré, nos trasladaron esposadas en un patrullero y en dos furgonetas llevaron a un montón de hombre”. Iban todos a la comisaría de Moratalaz, aunque nadie se los informó.

“Llegamos como a la 1, nos pusieron en una celda a todos juntos, los hombres y sólo yo y otra chica. Empiezan a preguntar porque algunos no entendían el idioma y un oficial que era mas estricto, sacó a un chico de la celda y le empezó a pegar. Y se reía. A una que fumaba le hizo lo mismo. Se quejaban entre los oficiales que siempre tenían que trabajar por ellos e insultaban. Nosotras con la chica nos quedamos en un rincón y nada, mejor ni hablar”, recuerda aún con tristeza.

En esta ocasión –cuenta- inicialmente en la celda eran como 60 personas, aunque luego a las dos mujeres las trasladaron a la nº 15, y le informaron que ese mismo día sería llevada ante el juez, quien decidiría sobre su futuro. “Los baños eran peor que en Aluche, era como un pasillo largo, de un lado los hombres y otro las mujeres y las puertas no cierran, así que fuimos una por vez y la otra quedaba cerrando la puerta. Luego fuimos a la celda, nos entregaron una colchoneta y una manta toda sucia. No se podía ver nada, solo un pequeño aire, luz, toda oscura, toda fría. Yo pensaba que mi familia no sabía nada donde estaba ni donde me habían llevado. Se oían hombres que lloraban, que gritaban, insultaban y se oían golpes sobre un plato, no se podía dormir”, rememora sobre aquellas horas de miedo.

A eso de las 4 de la madrugada las levantaron, les tomaron nuevamente las huellas, y dos horas más tarde le dieron su ración diaria de desayuno (un zumo y unas galletitas),la cual se repite hacia las 3 de la tarde y a las 12 de la noche. “Te lo tiran al suelo y vos tenés que cogerlo, una de las chicas no lo agarró y yo me lo guardé por si mas tarde me daba hambre”.

A eso de las 7:30 comenzaron los traslados a tribunales, primero a los hombres en 3 furgonetas, y luego a ellas, esposadas en un coche patrulla. “En Plaza Castilla 8,30 nos metieron en una celda y a los hombres en otras. Hacía mucho frío, y en el paso de las horas fueron metiendo a más chicas en mi celda. Había gente que gritaba, lloraba, a la boliviana (la chica con que venía compartiendo todo el proceso de detención) y a una mas la sacaron y le preguntaron si quería médico forense, y les hicieron firmar un papel, las chicas decían que era un engaño, que te hacían formar la expulsión”, rememora Alejandra.

Ella también pidió al médico, estaba nerviosa y quería que le dieran algo para calmarse, el doctor la atendió en el pasillo de las celdas.

“A las 2 y media era el juicio. Me llevaron a otro pasillo y allí me esposan junto con un hombre de otro país, no se si era un palestino o un marroquí. El juicio me tocó en el 7mo. Era como un desfile, era una humillación, estaba toda la gente que te miraba, mal, mal y que no llego al juez y ya estoy llorando y junto lo veo a él (su novio) y por lo menos vi una cara conocida. Entro al juez, a mi abogada no la conocía, no se si tenía abogada ni nada. Y ya estaba comenzando con mi caso. Y viene la secretaria interrumpe y empieza con el del hombre. Atrás mío aparece una persona que me dice Silvia yo soy tu abogado, me asignaron tu caso. Y como sabía cosas de mi. Me preguntó si tenía trabajo, si estaba empadronada y ya no podía hablar mas con él”, cuenta aún sorprendida porque en 3 días no tuvo ni la más mínima posibilidad de hablar con el letrado que le habían asignado, además de estar asistiendo al juicio de una persona que no conocía.

“Mientras terminaron con el caso del hombre y empezaron con el mío, subió mi abogado al estrado y el juez me empezó a preguntar si había recibido la carta de expulsión. Dije que sí, pero que había sido notificada el día que me detuvieron, que la dirección a la que la habían mandado era errónea y que su abogada nunca le había informado de esa resolución”, afirma.

La fiscal le preguntó si quería recurrir y si tenía trabajo, y el juez, dado que el Centro de Internamiento (CIE) estaba lleno, decidió su libertad. “Lo miro a mi abogado y me dice que si, que puedo salir, previa firmar la carta de liberación. De vuelta así esposada te sacan de la sala hasta su celda. Le digo al oficial si puedo hablar con mi abogado y me dijo que no, que yo tenía que haber hablado antes con mi abogado. No tenía ni una tarjeta del abogado ni el teléfono. Y me meten otra vez a la celda”, recuerda.

Lo que había sucedido es que esa misma mañana su novio se había informado sobre qué abogado de oficio le tocaba a Alejandra, habló con él y le dio copia del empadronamiento y otras informaciones valiosas para su defensa. “Para encontrarlo estuve deambulando por el edificio, recién a las 11 de la mañana me dijeron cual era y lo busqué. Le explicó que ella se había notificado de la carta de expulsión recién cuando la detuvieron y trasladaron a comisaría, es decir el día anterior y justo cuando hablaba con él ve que traen a Alejandra para declarar ante el juez.

Con la confirmación de que quedaría libre fue llevada nuevamente a la celda a esperar su liberación. Su compañera de celda no corrió la misma suerte y fue enviada al CIE. “Cuando salgo estaba Javier y lloré de alegría. Él me contó de todos los trámites que habían hecho los dos días que estuve detenida y agradecí que tenía alguien detrás que pensaba en lo que me estaba pasando. ¿Que hubiera sido si Luis no hubiera hablado con el abogado?”, se pregunta.

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